Recuerdo a gente trabajando. Un ambiente profesional y agendas apretadas en las que en la mayoría de los casos amablemente me hacían un hueco. Y esto ha sido clave. La semana pasada fui a hacer unas gestiones a la universidad. Comenté brevemente el tema de mi tesis con una secretaria y ésta me respondió que le parecía un tema muy actual e interesante. Hasta ahí, lo normal en estos casos.
Pero añadió una crítica hacia los parlamentarios, entiendo que enmarcándolos dentro de los políticos en general. Más que lo que dijo, fue el tono y la expresión de su cara. Desde una posición de superioridad –no sé si moral o de qué clase—esta persona dijo en pocas palabras que todos eran una panda de sinvergüenzas, negando cualquier valor de su trabajo. Yo no dije nada. Me limité a asentir con una sonrisa forzada porque este comentario detonó dentro de mi cabeza una serie de preguntas, las que ahora estoy tratando de responder.
Pero añadió una crítica hacia los parlamentarios, entiendo que enmarcándolos dentro de los políticos en general. Más que lo que dijo, fue el tono y la expresión de su cara. Desde una posición de superioridad –no sé si moral o de qué clase—esta persona dijo en pocas palabras que todos eran una panda de sinvergüenzas, negando cualquier valor de su trabajo. Yo no dije nada. Me limité a asentir con una sonrisa forzada porque este comentario detonó dentro de mi cabeza una serie de preguntas, las que ahora estoy tratando de responder.
Vayamos por pasos. En primer lugar, tras todas las entrevistas y encuentros, mi impresión es positiva. Como he apuntado anteriormente, me encontré con gente trabajadora. Sé que lo políticamente correcto es que digan que están ahí para “servir a los ciudadanos”, pero creo que en la mayoría de los casos era cierto. Comprendí mejor en qué consistía su labor… y acabé con una perspectiva más bien elitista de la representación política. Esta perspectiva, básicamente, defiende la labor de liderazgo de los parlamentarios y potencia la división de trabajo entre éstos (que gestionan lo público durante 4 años para defender los intereses de los representados) y los ciudadanos (que expresan sus preferencias cada 4 años en las urnas). Por ejemplo, durante el doctorado he debatido en algunas ocasiones sobre este tema con otros doctorandos que se dedicaban a la Teoría Política. Es decir, estudiaban a los clásicos y lo que “debería ser” la representación. En una ocasión, una doctoranda y yo debatimos intensamente porque ella daba mucha importancia a la deliberación en la sesión plenaria. Esto es una visión un tanto decimonónica: parlamentarios reunidos, debatiendo y llegando a la solución óptima gracias a una discusión racional. Yo estaba en desacuerdo. Le intenté explicar que en el siglo XXI hay que regular sobre muchos temas y que se requiere especialización. Prefiero un parlamentario que conozca bien los temas y los interlocutores de un tema (educación, sanidad, fomento, etc.). Algo que no deja de sorprenderme es cómo muchos pensadores intentan aplicar soluciones del pasado en épocas presentes. En la edad de oro del parlamento “deliberador”, sólo había hombres ricos (terratenientes, nobles, grandes burgueses…) que discutían sobre impuestos y política exterior. Hombres que habían sido elegidos por un sector muy reducido de la sociedad. Sólo en ese momento histórico entiendo un parlamento al estilo de un club de caballeros inglés.
Parlamento británico en 1793. © Photos.com/Jupiterimages |
Respecto a la relación con los ciudadanos, mi conclusión es que es urgente que se haga autocrítica. Vuelvo ahora al comentario de la secretaria. Su actitud me recordó al primer episodio de Black Mirror, el del Primer Ministro británico y el cerdo. Me costó mucho verlo. Es más, en algunos momentos consideré no acabarlo. El mensaje que transmitía esta historia hería mi sensibilidad. No negaré que quizás sea demasiado sensible. Me ponía en la piel del Primer Ministro y me parecía que lo que ocurría atentaba implacablemente contra su dignidad como ser humano. Pero lo que consideré más intolerable era la actitud de la gente. Su gozo inicial ante la idea de que una persona con poder, su Primer Ministro, tuviera que humillarse públicamente. Así, como si lo tuviera merecido. En la serie está exagerado, pero creo que la actitud es similar.
La corrupción de los cargos públicos existe. Y se debe actuar con firmeza ante ella. Pero el deseo de escarnio y de venganza nada tiene que ver con la justicia. Pienso que la gente que critica “a los políticos” y que disfruta cuando un cargo público es increpado o humillado, ni ejerce sus derechos como ciudadano ni cumple con sus obligaciones como tal. Me parece que simplemente se está desahogando de un modo irrespetuoso e inútil. Si hubiera podido cambiar el guion de Black Mirror, todos los ciudadanos habrían apagado el televisor en señal de respeto hacia la dignidad de la persona que ocupa el cargo de Primer Ministro y en señal de apoyo hacia la institución que les representa políticamente.
Es necesario acabar de una vez por todas con la ilusión de que existe un ellos (los políticos, los poderosos, la casta…) y un nosotros (la gente, el pueblo…). Todos formamos parte del mismo sistema corrompido. Desde una perspectiva más clara, los parlamentarios (y otros cargos públicos) compran en los mismos supermercados, tienen familia que trabajan en el sector privado, amistades… es decir, no viven en otra realidad. Desde una perspectiva más oscura, corrupción existe en todos los ámbitos: en lo público y en lo privado. Y si un político es corrupto y se aprovecha de su cargo para obtener alguna clase de beneficio indebido, lo hará en confabulación con ciudadanos (con alguien del nosotros). Ni ellos son unos demonios, ni nosotros somos unos santos. Si la gente, si el sacrosanto pueblo fuera santo, también lo serían sus representantes políticos. Y esto lo tendríamos que tener muy claro por la sencilla razón de que nuestros representantes políticos son gente, son pueblo.
Me gustaría que algún día todo el mundo se detuviera un momento a reflexionar. Y revisara sus actitudes y sus acciones cotidianas. Y comprobara su grado de honradez hacia sus vecinos, sus familiares, su entorno laboral (clientes, subordinados y superiores). Me parece un ejercicio interesante y propondría que antes de criticar la falta de honradez de los demás, incluyendo la de los cargos públicos, nos ocupásemos de la falta de honradez propia.
Por supuesto, si cualquier persona considera que un parlamentario o cargo público no está haciendo correctamente su trabajo y quiere actuar al respecto, debe poder hacerlo. Pero de un modo constructivo. Nada se puede ganar con el insulto. Si tiene que ver con el incumplimiento de la ley, acudiendo al sistema legal. No insisto más aquí. Si tiene que ver con la toma de decisiones políticas, mi experiencia me dice que todo el mundo que contacta con los grupos parlamentarios es recibido. Y que si se indaga un poco… nada es tan sencillo como pudiera parecer. Existen muchos intereses encontrados, regulaciones desconocidas en un primer momento, asuntos no tenidos en cuenta, etc. Es decir, estoy casi segura de que si la gente se informara cabalmente de la situación (de los actores involucrados, de cómo funciona el proceso de toma de decisiones…), en la mayoría de los casos emitiría un juicio más favorable de la labor de sus representantes políticos. Pero mi sospecha es que en muchas ocasiones la gente no está dispuesta a poner de su parte (a actuar con responsabilidad cívica). Sólo quiere desahogarse, encontrar un culpable de algo que no le gusta o que alguien le solucione las cosas a su gusto y de forma fácil y rápida.
En resumen, las conclusiones de mi doctorado me llevan a pensar que es necesario defender a los parlamentarios. ¿Estoy bajo los efectos del síndrome de Estocolmo? ¿He sido una ingenua que se ha tomado por verdaderas ciertas apariencias? Creo que no. Como casi todos, en alguna ocasión he leído propuestas de reducir el número de representantes, eliminar los parlamentos regionales o incluso eliminar a los parlamentarios y sustituir el actual sistema por otro en el que cada partido político emite su voto ponderado por su peso electoral. A veces me han entrado dudas sobre las ventajas de esta clase de propuestas. Y no tengo respuestas definitivas.
¿Estoy bajo los efectos del síndrome de Estocolmo? ¿He sido una ingenua que se ha tomado por verdaderas ciertas apariencias? Creo que no
Esto me ha llevado a pensar en ocasiones que no soy una buena académica. He acabado el doctorado con más preguntas que respuestas. Y las respuestas a las que he llegado no son absolutas. He analizado la labor de los parlamentarios… e incluso yo misma sigo cuestionando a veces su propia existencia.
Por ahora, lo que deja a mi conciencia tranquila es lo siguiente. Durante muchos siglos, los seres humanos han luchado por tener representantes en asambleas públicas. Y me creo los argumentos que se han esgrimido para ello. Podrán existir parlamentarios corruptos o aprovechados. Pero lo que yo encontré el año anterior fue parlamentarios trabajadores convencidos de que su labor era útil. Y esto renovó mi fe en la institución del parlamento. Y como ésta es mi experiencia personal, es de lo único que puedo escribir y dar testimonio. Aún no me he detenido a reflexionar sobre ello, pero me parece que este testimonio es más necesario que nunca. Así, de esta forma tan personal y sentida, sin datos ni presentaciones PowerPoint. Creo que sólo así podría llegar a la secretaria de antes.
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