sábado, 23 de diciembre de 2017

Bella reflexión sobre el dinero: el pensamiento de Helen M. Luke

A modo de regalo navideño... me ha apetecido transcribir y editar un poco el capítulo que Helen M. Luke  dedicó al dinero en su obra La vía de la mujer. El despertar del eterno Femenino. Hasta el momento, la mejor reflexión acerca del dinero que he leído. 

¡Espero que os guste tanto como a mí! Y, desde luego, vale la pena comprar el libro (aunque es complicado encontrarlo en tiendas... de ahí la idea de compartir por esta vía).


Estatua de Juno Moneta 
en el Museo del Louvre
La palabra “moneda” se deriva de la palabra latina moneta, que significa casa de moneda o dinero, y era originalmente el nombre de la diosa en cuyo templo se acuñaba en Roma el dinero. Es ciertamente significativo que la diosa en cuyo templo –de cuyo útero, por así decir—se extendió la acuñación de moneda a nuestra civilización se halle hundida en la oscuridad y haya sido olvidada, mientras que el dinero, que le había sido consagrado originalmente, ha adquirido un poder autónomo creciente y es venerado sin vergüenza como un fin en sí mismo.


Sin duda no fue por azar el que los antiguos romanos originaran su dinero en el templo de una diosa y no de un dios, puesto que el dinero es un medio simbólico de cambio y, por ello, pertenece al principio femenino de conexión. Por ello, si está faltando la “diosa”, ese tercer factor transpersonal que da significado a todo intercambio entre los seres humanos, ya sea físico, emocional, espiritual o económico, nos encontramos ante un grave peligro, porque la cosa o la experiencia ha perdido su conexión con el símbolo, el significado se hunde en el inconsciente, y estamos inevitablemente poseídos por una especie de complejo autónomo lleno de poder. Así pues, el amor de la divinidad en el corazón del intercambio se convierte en amor al dinero por sí mismo, en “la raíz de todo mal”, según las palabras de Timoteo en una de sus Epístolas. Por supuesto, el dinero en sí mismo no es malo. Es esencial en cualquier tipo de sociedad civilizada; pero en el mismo instante en que nuestra actitud hacia el dinero se divorcia de su significado como un intercambio entre las personas que implica valores con sentimiento, entonces empezamos a amar el dinero por sí mismo o en función de lo que podemos obtener de él, ya sean posesiones o seguridad, o, lo que es peor aún, poder. Apenas es necesario añadir que mantener nuestro sentido de símbolo en nuestras transacciones con el dinero exige de nosotros un alto grado de conciencia.

Bonifacio Bembo. The King of Coins. 
Carta del Tarot Visconti-Sforza
Charles Williams, en uno de los poemas de su ciclo sobre el rey Arturo, escribió sobre la belleza intrínseca del simple intercambio de bienes y servicios, y describió la llegada de las monedas que habrían de simbolizarlo. El poema se llama “Bors a Elayne: las monedas del rey”. Sir Bors está casado con Elayne en este poema, y canta la belleza de las manos de ésta mientras ella hornea pan para alimentar a los hombres que han estado trabajando en el campo. Él recalca especialmente los pulgares, el único distintivo de la mano humana (“los pulgares están movidos por el poder de la buena voluntad”), y los sentimos como símbolo de ese intercambio consciente gracias al que viven realmente los seres humanos. En este intercambio, Bors dice: “Nadie solamente gana y nadie solamente paga.” Elayne, la dama, amasa pan con los pulgares. El bello significado de la palabra “dama” [lady] es, de hecho, “amasadora de pan” [kneader of bread]. Los hombres siembran y cosechan el trigo; así, ambos ganan y pagan por el pan con su trabajo: Elayne y sus mujeres, con su trabajo de hornearlo y distribuirlo; así ganan y pagan el trigo y la labor de los hombres. Como dice C. S. Lewis, se trata del intercambio “honorable y bendecido” de un tipo de servicio o trabajo por otro.


Sin embargo, Bors ha llegado de Londres, en donde, con el desarrollo de la civilización, ha nacido un nuevo medio de intercambio. “El rey ha establecido su Casa de la Moneda al borde del Támesis. Ha acuñado monedas.” Bors sabe que esto es algo necesario, pero ha estado teniendo pesadillas. Las monedas tienen la cabeza del rey por una cara y un dragón por la otra.

Draco Aethiopicus mas cum eminentijs dorfi.
Ulyssis aldrovandi opera, Serpentum et draconum historicae,
 libri duo. (Bononiae: Clemens Ferronius), 1640. 
© Anne Gautherot.
Es como si estos pequeños dragones ya hubieran adquirido una vida propia, mientras que la cabeza del rey (la conciencia real del Self, en lenguaje simbólico) está muerta. En el sueño de Bors, los “pequeños dragones… corren y se escabullen”, sus ojos “miran maliciosamente y espían, y los tejados de las casas bajo su peso crujen y se rompen”. El administrador del rey, el banquero de la corte de Arturo dice: “Se ponen puentes a los ríos y se horadan túneles en las montañas encrestadas; el oro danza sordamente atravesando fronteras. El pobre puede elegir qué comprar, el rico, qué rentar… El dinero es el medio de intercambio.” Sin embargo, Taliessin, el poeta del rey, está asustado. Su mano tiembla cuando toca a los dragones. “Tengo miedo de los pequeños dragones sueltos. Cuando los medios son autónomos, son mortales; cuando las palabras se escapan del verso, se apresuran a violar las almas; cuando la sensación se escapa del intelecto, ¡atención al tirano!”

En el poema, el arzobispo responde que aun cuando Dios está oculto, sigue la verdad del intercambio. Le menciono para afirmar que un individuo puede aferrarse aún al símbolo, con independencia de los valores colectivos que predominen. El arzobispo continúa: “Debemos perder nuestros propios fines… el refugio de mi amigo para mí, el mío para él… la riqueza del yo es la salud del yo que se intercambia… El dinero es un medio de cambio.” Es profunda la diferencia entre la afirmación del arzobispo y la de Kay. “El dinero”, dice el arzobispo, “es un medio de cambio” (para todo el mundo), no “el medio de cambio”.

Bors finaliza con una pregunta a su dama y una oración. El pacto, dice, se ha convertido en contrato; y añade que el hombre ahora sólo gana o sólo paga. Después pregunta: “¿Qué puede ahorrarse con moneda o sin moneda?” Al final acaba: “Ruega, madre de los hijos, ruega por las monedas”. No es la acuñación de monedas el tema en sí mismo; la maldad se halla en la pérdida por parte del ser humano del vínculo con el sentimiento de los valores del intercambio. Por ello, es la “madre” la que debe rezar: la mujer cuyo mismo ser depende de su capacidad de conexión.

Un pacto es literalmente un acuerdo basado en valores relativos al sentimiento; significa un unirse en paz, cum pace. Un contrato es un acuerdo legal o económico que obliga externamente, con independencia de los sentimientos humanos que se hallen implicados. Así pues, cuando el pacto se convierte en contrato entre nosotros, los hombres empiezan a ganar sin pagar o a pagar sin ganar, y el dinero se divorcia de su sentido de intercambio.

(…)

Esa buena y vieja palabra inglesa “stock” tiene muchos significados hermosos, todos ellos derivados del original: tronco principal de un árbol o de una planta sobe el que se hacen injertos. También significa el almacén de productos brutos, de bienes que son la base del nuevo desarrollo. “Viene de buen linaje” [he comes from a good stock], decimos del material base de la personalidad heredada de una persona con buenas raíces. Cuando la moneda autónoma se convierte en el tronco [“stock”] sobe el que se injerta la vida del ser humano y de la sociedad, empieza la raíz. Cuando hablamos de los mercados y valores bursátiles, olvidamos la antigua y hermosa imagen de la plaza del mercado, en la que se intercambiaban los frutos de la tierra y los productos de la mano humana. En ellos se hace dinero y éste sólo se reproduce a sí mismo. Las personas compran y venden, por ejemplo, trigo o centeno, sin la más remota conexión con las cosechas que crecen en los campos, ni siquiera en el pensamiento.
Blasfemos, sodomitas y usureros en el séptimo círculo. 
Gustave Doré (1890).
Algo se va a obtener por nada gracias al juego inteligente de los mercados, y ésta es la absoluta negación del intercambio. En el infierno de Dante, los usureros se hallaban en lo más profundo del Infierno inferior, en la ardiente arena. Un comentarista ha escrito que estaban allí porque “criaban” dinero, que es en sí mismo estéril.

Bajo el peso del papel y la inflación que éste produce, nuestros techos están ciertamente crujiendo y rompiéndose. Esta “camada de porteadores”, como llama Taliessin a los pequeños dragones sueltos, proporciona poder a sus dueños, poder y más poder, hasta que se olvida por completo el buen linaje del que surgieron y todo el mundo pensaría que estamos locos si le recordamos en este contexto que la palabra “acción” tenía un significado humano bienaventurado [1].

El dinero fue una de las más maravillosas invenciones de la mente humana. Aportó a la humanidad una enorme liberación de las necesidades inmediatas de la simple existencia. “El pobre puede elegir qué comprar, el rico qué rentar”. En cada una de las fases de la civilización se liberó energía a partir del dinero, y cada cual pudo escoger cómo gastar esa energía. Se pudo elegir y se eligió la creación, el descubrimiento y el crecimiento de todo tipo. Pero en un número cada vez mayor de personas el deseo de poseer el oro atrajo esa energía hacia sí y hacia las cabezas cortadas, y la codicia del dragón destronó los valores del corazón y del espíritu.

La humanidad actual es cada vez más consciente de esta terrible situación. Han existido innumerables esfuerzos auténticos y valientes para contrarrestar esta reproducción autónoma del dinero. Los revolucionarios intentaron resolver el problema aboliendo totalmente la propiedad privada, pero sólo crearon un horror peor con la manipulación de las fuerzas del dinero por un Estado todopoderoso y despiadado para lo que se llamó el bien de la mayoría, y la concentración de este tremendo poder en manos de unos pocos.

Las democracias, con más o menos éxito, y a pesar de sus embrollos y corrupciones, han intentado encontrar un medio de controlar la codicia de unos pocos, preocupándose de los ancianos, de los enfermos y de los desafortunados, intentando buscar al menos una equidad social que no destruya la libertad individual de intercambio. Pero ha resultado ser impotente para detener la autogeneración de dinero, la inflación y la depresión.

Wintry Walk is a painting. Lowell Birge Harrison (2013)
Algunos grupos de individuos han intentado liberarse poniendo todo su dinero en común y viviendo en comunidades. Pero la mayoría de los miembros no están interiormente libres de la codicia que intentan combatir y no son capaces de vivir el intercambio, por lo que sus bienintencionados esfuerzos constituyen una huida y no una afirmación. No se puede retroceder así a la vida simple, hasta que se ha asumido la responsabilidad del dinero y se ha aprendido la naturaleza del intercambio a través de la ganancia y el pago. Yo no creo que pueda sobrevivir mucho tiempo una comunidad en la que se ponga el dinero en común. Las comunidades religiosas a lo largo de los siglos prosperaron gracias a la dedicación que significaba una ganancia y pago internos, a través de un fervor intenso por la vida simbólica, pero hoy en día cada individuo debe aceptar cada vez más sus responsabilidades solitarias, aunque es muy fuerte la tentación de escapar de ellas a través de lo que se llama comunidad.

Los eremitas solitarios fueron pioneros en el desierto de lo que más adelante una persona consciente tuvo que realizar internamente. Pero nadie puede hoy en día renunciar legítimamente al dinero del mundo externo, a menos que tenga una verdadera comprensión de lo que es la pobreza interior. Cuando se toma el dinero de alguien, esto constituye realmente una prueba para esa persona, ya que es muy difícil, tanto para el pobre como para el rico, mantenerse en los valores del verdadero intercambio.

Es un signo muy positivo el que hoy muchos jóvenes estén viendo con claridad los horribles males de una sociedad minada por el dinero. El peligro de esto consiste en que, al rechazar tan justamente sus valores, puedan también rechazar la responsabilidad que simboliza el dinero: su función como símbolo para ganar y pagar. Ellos hablan del amor y, sin duda, manifiestan amor y preocupación recíproca, pero con demasiada frecuencia ese “amor” está limitado a quienes piensan de la misma forma y tienen la misma edad y, por ello, es simplemente un autointerés ampliado. El intercambio nunca es exclusivo. Es más, puede deslizarse la insidiosa creencia de que la “sociedad” les debe una forma de vivir: de que el dinero es malo en “sí mismo”. En consecuencia, creen que cualquier cosa puede pedirse o robarse a los demás, especialmente a las organizaciones impersonales, sin ninguna obligación de ganarlo o pagarlo. Esto, por supuesto, es una negación completa del intercambio humano como cualquiera de las negaciones de las que son culpables los financieros.

¿Cuál es, pues, la respuesta para el ciudadano ordinario, consciente de estos males, pero aparentemente impotente para cambiar nada? Al igual que con cualquier otro problema colectivo, no puede haber solución externa sin una transformación de los individuos. Por tanto, existe la necesidad de iniciar el duro camino de investigar con una conciencia cada vez mayor sus propias actitudes personales ante el dinero.

Alegoría de la avaricia. 
Jacopo Ligozzi (1590)
Examinemos de cerca algunos de los signos para poder reconocer en nuestras transacciones ordinarias si actúa en nosotros el símbolo o más bien el poder insidioso, la codicia o el miedo nacidos de la autonomía del dinero. (…) En el ámbito de los honorarios y de los salarios, la cuestión es clara. Es algo hermoso cuando existe un verdadero intercambio entre el empleador y el empleado, en el que el primero respeta las habilidades y el servicio del segundo, y éste respeta el conocimiento y la disponibilidad de aquél a asumir responsabilidades y riesgos. Todavía puede ser hoy día una relación plena de esa dignidad y verdadera igualdad tan fácilmente perdida en el momento en que empiezan a luchar por sus “derechos” en lugar de hacerlo por la equidad del intercambio.  Tan pronto como ganar y pagar se convierte en un regateo, el asunto se pone realmente feo; domina entonces el amor al dinero entre empleadores y empleados como un fin en sí mismo. Así pues, continúa la espiral sin sentido de la inflación. La palabra “inflación” en este contexto es hacer saltar el valor artificial del dinero desconectado de los bienes que representa. Los financieros lo ven en un sentido totalmente externo; de hecho, esto constituye un síntoma de la creciente separación entre el dinero y sus raíces en el terreno de las relaciones humanas.

Lo único que podemos hacer al respecto es prestar mucha atención a nuestras actitudes individuales cuando empleamos a cualquier persona (incluso cuando se trata simplemente de la mujer de la limpieza), y cuando somos empleados. ¿Es nuestro pago a un empleado también una ganancia de su servicio en el nivel de los sentimientos? Cuando aceptamos nuestras ganancias, ¿hemos pagado en realidad totalmente por ellas y conocemos el trabajo de nuestros empleadores que se han ganado el pago que nos hacen? Por supuesto se hace cada vez más difícil mantener la proporción de todas estas cosas en proporción a la magnitud de los negocios o de las instituciones, cuando los empleadores son totalmente desconocidos como personas y no tienen ninguna idea de quiénes son sus empleados. Sin embargo, ¡qué enorme diferencia tiene la actitud de una persona, incluso si está a la cabeza de una gran organización! Crea una atmósfera que puede influir en el más anónimo de los empleados. Realmente puede decirse a través del ambiente de una tienda si el propietario se preocupa sólo por los valores del mismo dinero.

Epicerie Fruiterie Soleil Summer Market 
Scene Verdun Montreal City. 
Carole Spandau (2013)
Por supuesto, con independencia del cuál sea la situación general, puede uno encontrarse con personas en todas partes en las que brilla esta belleza. Supongo que cualquiera de las mujeres que están entre nosotras puede recordar ejemplos haciendo las compras, en los que ha sido servida por un dependiente verdaderamente solícito, no sólo por venderle cualquier cosa, sino para encontrar el abrigo o el vestido adecuado, y esto se realiza obviamente por razones tanto personales como comerciales. Nos vamos entonces encantadas, no sólo por nuestra adquisición, sino también por tener el sentimiento de que se produjo un intercambio real entre personas; el dinero que se traspasa está en ese momento verdaderamente conectado a lo que realmente simboliza. En nuestros corazones, Elayne ha horneado el pan para los recolectores del grano.

Sin embargo, el enorme tamaño de tantas empresas e instituciones no es nada en comparación con el tamaño del Estado, esa entidad abstracta a la que pagamos nuestros impuestos y sobre el que la mayoría de nosotros podemos descargar con toda seguridad los resentimientos y las culpabilidades nacidas de nuestros aspectos enfrentados de la sombra: nuestras evasiones de las responsabilidades del verdadero intercambio. Las personas que se horrorizarían cuando un hombre engaña a su vecino o se niega a pagar sus deudas, quizás hagan un guiño de complicidad cuando se les dice que se ha urdido una treta para evadir los impuestos. Por supuesto, no estoy hablando de las muchas formas totalmente legítimas de reducir las propias cargas fiscales, esto sería escrupulosidad y tonto sentimentalismo. Existe una débil frontera entre esto y la falta de honradez, pero para cualquiera que piense en el dinero como símbolo de intercambio, puede ser una línea clara de demarcación. Si realmente pensamos con profundidad, los impuestos emergen como una de las grandes ideas que la humanidad haya jamás concebido. Es el medio por el que las personas viven en comunidad entre sí, teniendo la libertad de elección en la mayor parte de sus gastos y ganancias. Sin impuestos, habría dictadura o anarquía. Como en todos los niveles de intercambio, el sacrificio de un cierto grado de libertad garantiza la libertad esencial.

Recaudador de impuestos. 
Marinus van Reymerswaele (1540).
Las personas que evaden impuestos, y que a menudo se justifican con motivos elevados, responden que, puesto que desaprueban totalmente la forma en que el Gobierno gasta el dinero público, evadirán todo lo que puedan. ¿Podría ser más capcioso un razonamiento de este tipo? ¿Nos negamos acaso a pagar una deuda porque desaprobamos la forma en que nuestro proveedor gasta su dinero? Los impuestos son la deuda que todo ser humano que vive en una sociedad civilizada debe a cada uno de los millones de sus conciudadanos.  Puede responderse que no incurrimos en esta deuda de una forma voluntaria. Pero es obvio que lo hacemos cada vez que ponemos una carta en correos o utilizamos una carretera, aceptamos un solo céntimo de la Seguridad social o dinero del desempleo, o llamamos al departamento de bomberos o a la policía.

En cuanto a las formas tan a menudo injustas, equivocadas y corruptas en que se emplean esos impuestos, somos nosotros, cada uno de nosotros, los que tenemos la responsabilidad final del Gobierno que ejercita el poder, con independencia de a quién hayamos votado; se ha dicho con razón que un país tiene el Gobierno que se merece; es decir, el Gobierno es un reflejo de las actitudes dominantes de las vidas de sus ciudadanos individuales. Sea quien sea el partido por el que votemos, si en nuestra vida personal no nos adherimos a la honradez y a los valores que incluyen el sentimiento del verdadero intercambio en todas nuestras ganancias y pagos, incluyendo el pago de impuestos, estamos entonces consintiendo realmente a la codicia, al odio y a la búsqueda del poder, que producen fenómenos como el militarismo y la corrupción de los grupos de presión. Es inútil luchar contra estas cosas si uno las está practicando todo el tiempo bajo la cobertura de la indignación puritana, y la última forma de pararlas es negar la responsabilidad de cualquier ser humano por todos sus semejantes.

Si una persona cree que el Gobierno ha traicionado la confianza del pueblo, en democracia tiene muchos medios de luchas. Si alguien está convencido de que sólo sirve la rebelión, dejemos que se niegue a cualquier pago de dinero y vaya a prisión o que abandone el país.

Nuestros tratos con entidades impersonales como el Estado o las empresas, las instituciones y el comercio pueden proporcionarnos una luz para buscar en muchas de las sombras que se hallan dentro de nosotros sin darnos cuenta; pensemos, por ejemplo, en los gastos de representación, una forma fácil y segura de defraudar, más segura inclusa que los intercambios medio inconscientes de dinero con los propios padres, la esposa, el marido o los hijos. El Estado y la empresa no son puras abstracciones; detrás hay personas individuales, por mucho que nos cueste imaginarlo. Si perdemos la pista de la belleza limpia del intercambio en nuestras actitudes hacia estas colectividades, podemos tener la seguridad de que hay algo que no funciona en nuestras relaciones, en los intercambios más íntimos y apreciados de nuestra vida.

Stairway to Heaven. Mary Sedici (2010)
Tal vez, el miedo más universal que tengamos sea el miedo a la pérdida de seguridad. El más pequeño conocimiento de la psique nos despierta al hecho de que sólo afrontando este miedo y aceptando una inseguridad fundamental, en cualquier contexto, podemos tener la esperanza de conocer la verdadera liberación de la ansiedad. Esto es así en las relaciones con el dinero lo mismo que con cualquier otra cosa. La ansiedad respecto al dinero no depende en absoluto de la cantidad de dinero que la persona posea. Con frecuencia es mucho más fuerte en aquellos que poseen mucho dinero que en los que tienen poco. Es en verdad especialmente difícil para los ricos (y no sólo los ricos sin dinero) entrar en la paz del “Reino de los Cielos”, cuya misma definición es “intercambio” en la Tierra, porque para hacerlo debemos aceptar, e incluso abrazar, la inseguridad en cada uno de los niveles del ser, algo que los ricos (incluidos los ricos de espíritu) temen a menudo más que cualquier otra cosa.

“La riqueza del yo es la salud del yo que se intercambia”, dice el arzobispo en el poema de Williams. La palabra “salud” [health] deriva de la misma raíz que totalidad [wholeness]. Sólo esta toma conciencia puede salvarnos de perseguir la seguridad, las posesiones y, finalmente, el poder por medio del dinero como un fin en sí mismo. “Cuando los medios son autónomos, son mortales.”

Cuando soñamos con dinero, suele ser claramente un símbolo de la energía psíquica. Podemos aprender mucho de esos sueños sobre el dinero, que nos dicen, por ejemplo, cómo gastamos nuestra energía interna, cómo la acumulamos, la negociamos, la robamos de los demás o ganamos y pagamos dentro de una libertad de intercambio.

Giving a Present to Mother. Anton Ebert (1877)
Por último, podemos considerar la toma y la entrega libre de dinero. Dar o tomar sin ningún vínculo consciente no es algo fácil, y en un nivel parece que tenemos que librarnos absolutamente de cualquier pensamiento de ganancia o de pago cuando hacemos un regalo o lo recibimos. Quien da no debe tener ningún motivo oculto de ganancia; el regalo no debe comprar la buena voluntad; quien lo recibe nunca debe sentirlo como un pago de ningún valor dado personalmente.

Sin embargo, existe otro nivel sobe el que cualquier dador o receptor libre está ganando y pagando con más precisión y exactitud. Es el nivel del que Cristo hablaba cuando decía: “No debáis a nadie nada, pero amaos los unos a los otros.” En nuestras transacciones monetarias, simbólicamente incurrimos en esta deuda universal y la pagamos con tan sólo atrevernos a ser consciente de ella. Cuando somos así conscientes, no damos instintivamente ni poco ni demasiado. Sin duda podríamos resumir este asunto diciendo que cuando en cada intercambio de dinero ganamos y pagamos al mismo tiempo, pagamos y ganamos, nuestras ganancias o pagos se convierten en una donación y en una acción libre por las que el dinero entra otra vez en el templo y los dragones están en paz con la cabeza del rey en el oro puro del corazón humano.

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Aquí está el post en versión pdf:










[1] La autora se refiere a la palabra share que, como verbo, significa compartir, y, como sustantivo, puede referirse, entre otros múltiples significados, a “acciones de Bolsa”, “cotizaciones” o “cuotas de mercado”.












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