A modo de regalo navideño... me ha apetecido transcribir y editar un poco el capítulo que Helen M. Luke dedicó al dinero en su obra La vía de la mujer. El despertar del eterno Femenino. Hasta el momento, la mejor reflexión acerca del dinero que he leído.
¡Espero que os guste tanto como a mí! Y, desde luego, vale la pena comprar el libro (aunque es complicado encontrarlo en tiendas... de ahí la idea de compartir por esta vía).
Estatua de Juno Moneta
en el
Museo del Louvre
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La
palabra “moneda” se deriva de la palabra latina moneta, que significa
casa de moneda o dinero, y era originalmente el nombre de la diosa en cuyo
templo se acuñaba en Roma el dinero. Es ciertamente significativo que la diosa en
cuyo templo –de cuyo útero, por así decir—se extendió la acuñación de moneda a
nuestra civilización se halle hundida en la oscuridad y haya sido olvidada,
mientras que el dinero, que le había sido consagrado originalmente, ha
adquirido un poder autónomo creciente y es venerado sin vergüenza como un fin
en sí mismo.
Sin
duda no fue por azar el que los antiguos
romanos originaran su dinero en el templo de una diosa y no de un dios,
puesto que el dinero es un medio simbólico de cambio y, por ello, pertenece al
principio femenino de conexión. Por ello, si está faltando la “diosa”, ese
tercer factor transpersonal que da significado a todo intercambio entre los
seres humanos, ya sea físico, emocional, espiritual o económico, nos
encontramos ante un grave peligro, porque la cosa o la experiencia ha perdido
su conexión con el símbolo, el significado se hunde en el inconsciente, y
estamos inevitablemente poseídos por una especie de complejo autónomo lleno de
poder. Así pues, el amor de la divinidad en el corazón del intercambio se
convierte en amor al dinero por sí mismo, en “la raíz de todo mal”, según las
palabras de Timoteo en una de sus Epístolas. Por supuesto, el dinero en sí mismo no es malo. Es esencial en cualquier
tipo de sociedad civilizada; pero en el mismo instante en que nuestra actitud
hacia el dinero se divorcia de su significado como un intercambio entre las
personas que implica valores con sentimiento,
entonces empezamos a amar el dinero por sí mismo o en función de lo que podemos
obtener de él, ya sean posesiones o seguridad, o, lo que es peor aún, poder.
Apenas es necesario añadir que mantener
nuestro sentido de símbolo en nuestras transacciones con el dinero exige de
nosotros un alto grado de conciencia.
Bonifacio
Bembo. The King of Coins.
Carta del Tarot Visconti-Sforza
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Charles
Williams, en uno de los poemas de su ciclo sobre el rey Arturo, escribió sobre
la belleza intrínseca del simple intercambio de bienes y servicios, y describió
la llegada de las monedas que habrían de simbolizarlo. El poema se llama “Bors a Elayne: las monedas del rey”.
Sir Bors está casado con Elayne en este poema, y canta la belleza de las manos
de ésta mientras ella hornea pan para alimentar a los hombres que han estado
trabajando en el campo. Él recalca especialmente los pulgares, el único
distintivo de la mano humana (“los
pulgares están movidos por el poder de la buena voluntad”), y los sentimos
como símbolo de ese intercambio consciente gracias al que viven realmente los
seres humanos. En este intercambio, Bors dice: “Nadie solamente gana y nadie solamente paga.” Elayne, la dama,
amasa pan con los pulgares. El bello significado de la palabra “dama” [lady]
es, de hecho, “amasadora de pan” [kneader
of bread]. Los hombres siembran y cosechan el trigo; así, ambos ganan y
pagan por el pan con su trabajo: Elayne y sus mujeres, con su trabajo de
hornearlo y distribuirlo; así ganan y pagan el trigo y la labor de los hombres.
Como dice C. S. Lewis, se trata del intercambio “honorable y bendecido” de un
tipo de servicio o trabajo por otro.
Sin
embargo, Bors ha llegado de Londres, en donde, con el desarrollo de la
civilización, ha nacido un nuevo medio de intercambio. “El rey ha establecido
su Casa de la Moneda al borde del Támesis. Ha acuñado monedas.” Bors sabe que
esto es algo necesario, pero ha estado teniendo pesadillas. Las monedas tienen la cabeza del rey por
una cara y un dragón por la otra.
Draco Aethiopicus mas cum
eminentijs dorfi.
Ulyssis aldrovandi opera, Serpentum et draconum
historicae,
libri duo. (Bononiae: Clemens Ferronius), 1640.
© Anne Gautherot.
Es como si estos pequeños dragones ya
hubieran adquirido una vida propia, mientras que la cabeza del rey (la
conciencia real del Self, en lenguaje simbólico) está muerta. En el sueño de
Bors, los “pequeños dragones… corren y se escabullen”, sus ojos “miran
maliciosamente y espían, y los tejados de las casas bajo su peso crujen y se
rompen”. El administrador del rey, el banquero de la corte de Arturo dice: “Se
ponen puentes a los ríos y se horadan túneles en las montañas encrestadas; el
oro danza sordamente atravesando fronteras. El pobre puede elegir qué comprar,
el rico, qué rentar… El dinero es el medio de intercambio.” Sin embargo,
Taliessin, el poeta del rey, está asustado. Su mano tiembla cuando toca a los
dragones. “Tengo miedo de los pequeños
dragones sueltos. Cuando los medios son autónomos, son mortales; cuando las
palabras se escapan del verso, se apresuran a violar las almas; cuando la
sensación se escapa del intelecto, ¡atención al tirano!”
En
el poema, el arzobispo responde que aun cuando Dios está oculto, sigue la
verdad del intercambio. Le menciono para afirmar que un individuo puede
aferrarse aún al símbolo, con independencia de los valores colectivos que
predominen. El arzobispo continúa: “Debemos perder nuestros propios fines… el
refugio de mi amigo para mí, el mío para él… la riqueza del yo es la salud del
yo que se intercambia… El dinero es un medio de cambio.” Es profunda la
diferencia entre la afirmación del arzobispo y la de Kay. “El dinero”, dice el
arzobispo, “es un medio de cambio”
(para todo el mundo), no “el medio de cambio”.
Bors
finaliza con una pregunta a su dama y una oración. El pacto, dice, se ha
convertido en contrato; y añade que el hombre ahora sólo gana o sólo paga.
Después pregunta: “¿Qué puede ahorrarse con moneda o sin moneda?” Al final
acaba: “Ruega, madre de los hijos, ruega por las monedas”. No es la acuñación
de monedas el tema en sí mismo; la
maldad se halla en la pérdida por parte del ser humano del vínculo con el
sentimiento de los valores del intercambio. Por ello, es la “madre” la que
debe rezar: la mujer cuyo mismo ser depende de su capacidad de conexión.
Un
pacto es literalmente un acuerdo
basado en valores relativos al sentimiento; significa un unirse en paz, cum pace. Un contrato es un acuerdo legal o económico que obliga externamente,
con independencia de los sentimientos humanos que se hallen implicados. Así pues, cuando el pacto se convierte en
contrato entre nosotros, los hombres empiezan a ganar sin pagar o a pagar sin
ganar, y el dinero se divorcia de su sentido de intercambio.
(…)
Esa
buena y vieja palabra inglesa “stock” tiene muchos significados hermosos, todos
ellos derivados del original: tronco principal de un árbol o de una planta sobe
el que se hacen injertos. También significa el almacén de productos brutos, de
bienes que son la base del nuevo desarrollo. “Viene de buen linaje” [he comes
from a good stock], decimos del material base de la personalidad heredada de
una persona con buenas raíces. Cuando la moneda autónoma se convierte en el
tronco [“stock”] sobe el que se injerta la vida del ser humano y de la sociedad,
empieza la raíz. Cuando hablamos de los mercados y valores bursátiles,
olvidamos la antigua y hermosa imagen de la plaza del mercado, en la que se
intercambiaban los frutos de la tierra y los productos de la mano humana. En ellos
se hace dinero y éste sólo se reproduce a sí mismo. Las personas compran y
venden, por ejemplo, trigo o centeno, sin la más remota conexión con las
cosechas que crecen en los campos, ni siquiera en el pensamiento.
Blasfemos, sodomitas y
usureros en el séptimo círculo.
Gustave Doré (1890).
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Bajo
el peso del papel y la inflación que éste produce, nuestros techos están
ciertamente crujiendo y rompiéndose. Esta “camada de porteadores”, como llama
Taliessin a los pequeños dragones sueltos, proporciona poder a sus dueños,
poder y más poder, hasta que se olvida por completo el buen linaje del que
surgieron y todo el mundo pensaría que estamos locos si le recordamos en este
contexto que la palabra “acción” tenía un significado humano bienaventurado [1].
El dinero fue una de las más
maravillosas invenciones de la mente humana. Aportó a la humanidad una enorme
liberación de las necesidades inmediatas de la simple existencia. “El
pobre puede elegir qué comprar, el rico qué rentar”. En cada una de las fases
de la civilización se liberó energía a partir del dinero, y cada cual pudo
escoger cómo gastar esa energía. Se pudo elegir y se eligió la creación, el
descubrimiento y el crecimiento de todo tipo. Pero en un número cada vez mayor
de personas el deseo de poseer el oro atrajo esa energía hacia sí y hacia las
cabezas cortadas, y la codicia del dragón destronó los valores del corazón y
del espíritu.
La
humanidad actual es cada vez más consciente de esta terrible situación. Han
existido innumerables esfuerzos auténticos y valientes para contrarrestar esta
reproducción autónoma del dinero. Los revolucionarios intentaron resolver el
problema aboliendo totalmente la propiedad privada, pero sólo crearon un horror
peor con la manipulación de las fuerzas del dinero por un Estado todopoderoso y
despiadado para lo que se llamó el bien de la mayoría, y la concentración de
este tremendo poder en manos de unos pocos.
Las
democracias, con más o menos éxito, y a pesar de sus embrollos y corrupciones,
han intentado encontrar un medio de controlar la codicia de unos pocos,
preocupándose de los ancianos, de los enfermos y de los desafortunados,
intentando buscar al menos una equidad social que no destruya la libertad
individual de intercambio. Pero ha resultado ser impotente para detener la
autogeneración de dinero, la inflación y la depresión.
Wintry
Walk is a painting. Lowell Birge Harrison (2013)
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Algunos
grupos de individuos han intentado liberarse poniendo todo su dinero en común y
viviendo en comunidades. Pero la mayoría de los miembros no están interiormente
libres de la codicia que intentan combatir y no son capaces de vivir el
intercambio, por lo que sus bienintencionados esfuerzos constituyen una huida y
no una afirmación. No se puede retroceder así a la vida simple, hasta que se ha
asumido la responsabilidad del dinero y se ha aprendido la naturaleza del
intercambio a través de la ganancia y el pago. Yo no creo que pueda sobrevivir
mucho tiempo una comunidad en la que se ponga el dinero en común. Las
comunidades religiosas a lo largo de los siglos prosperaron gracias a la
dedicación que significaba una ganancia y pago internos, a través de un fervor
intenso por la vida simbólica, pero hoy
en día cada individuo debe aceptar cada vez más sus responsabilidades
solitarias, aunque es muy fuerte la tentación de escapar de ellas a través de
lo que se llama comunidad.
Los
eremitas solitarios fueron pioneros en el desierto de lo que más adelante una
persona consciente tuvo que realizar internamente.
Pero nadie puede hoy en día renunciar legítimamente al dinero del mundo
externo, a menos que tenga una verdadera comprensión de lo que es la pobreza
interior. Cuando se toma el dinero de
alguien, esto constituye realmente una prueba para esa persona, ya que es muy
difícil, tanto para el pobre como para el rico, mantenerse en los valores del
verdadero intercambio.
Es
un signo muy positivo el que hoy muchos jóvenes estén viendo con claridad los
horribles males de una sociedad minada por el dinero. El peligro de esto consiste en que, al rechazar tan justamente sus
valores, puedan también rechazar la responsabilidad que simboliza el dinero: su
función como símbolo para ganar y pagar. Ellos hablan del amor y, sin duda,
manifiestan amor y preocupación recíproca, pero con demasiada frecuencia ese
“amor” está limitado a quienes piensan de la misma forma y tienen la misma edad
y, por ello, es simplemente un autointerés ampliado. El intercambio nunca es
exclusivo. Es más, puede deslizarse la insidiosa creencia de que la “sociedad”
les debe una forma de vivir: de que el dinero es malo en “sí mismo”. En
consecuencia, creen que cualquier cosa puede pedirse o robarse a los demás,
especialmente a las organizaciones impersonales, sin ninguna obligación de ganarlo
o pagarlo. Esto, por supuesto, es una negación completa del intercambio humano
como cualquiera de las negaciones de las que son culpables los financieros.
¿Cuál es, pues, la respuesta
para el ciudadano ordinario, consciente de estos males, pero aparentemente
impotente para cambiar nada? Al igual que con cualquier
otro problema colectivo, no puede haber solución externa sin una transformación
de los individuos. Por tanto, existe la necesidad de iniciar el duro camino de
investigar con una conciencia cada vez mayor sus propias actitudes personales
ante el dinero.
Alegoría de la avaricia.
Jacopo Ligozzi (1590)
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Lo único que podemos hacer al
respecto es prestar mucha atención a nuestras actitudes individuales cuando
empleamos a cualquier persona (incluso cuando se trata simplemente de la mujer
de la limpieza), y cuando somos empleados. ¿Es nuestro pago a un
empleado también una ganancia de su servicio en el nivel de los sentimientos?
Cuando aceptamos nuestras ganancias, ¿hemos pagado en realidad totalmente por
ellas y conocemos el trabajo de nuestros empleadores que se han ganado el pago
que nos hacen? Por supuesto se hace cada vez más difícil mantener la proporción
de todas estas cosas en proporción a la magnitud de los negocios o de las
instituciones, cuando los empleadores son totalmente desconocidos como personas
y no tienen ninguna idea de quiénes son sus empleados. Sin embargo, ¡qué enorme diferencia tiene la actitud de
una persona, incluso si está a la cabeza de una gran organización! Crea una
atmósfera que puede influir en el más anónimo de los empleados. Realmente puede
decirse a través del ambiente de una tienda si el propietario se preocupa sólo
por los valores del mismo dinero.
Epicerie
Fruiterie Soleil Summer Market
Scene Verdun Montreal City.
Carole Spandau (2013)
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Sin
embargo, el enorme tamaño de tantas empresas e instituciones no es nada en
comparación con el tamaño del Estado,
esa entidad abstracta a la que pagamos nuestros impuestos y sobre el que la
mayoría de nosotros podemos descargar con toda seguridad los resentimientos y
las culpabilidades nacidas de nuestros aspectos enfrentados de la sombra: nuestras evasiones de las responsabilidades
del verdadero intercambio. Las personas que se horrorizarían cuando un
hombre engaña a su vecino o se niega a pagar sus deudas, quizás hagan un guiño
de complicidad cuando se les dice que se ha urdido una treta para evadir los
impuestos. Por supuesto, no estoy hablando de las muchas formas totalmente
legítimas de reducir las propias cargas fiscales, esto sería escrupulosidad y
tonto sentimentalismo. Existe una débil frontera
entre esto y la falta de honradez, pero para cualquiera que piense en el dinero
como símbolo de intercambio, puede ser una línea clara de demarcación. Si
realmente pensamos con profundidad, los impuestos emergen como una de las
grandes ideas que la humanidad haya jamás concebido. Es el medio por el que las
personas viven en comunidad entre sí, teniendo la libertad de elección en la
mayor parte de sus gastos y ganancias. Sin impuestos, habría dictadura o
anarquía. Como en todos los niveles de intercambio, el sacrificio de un cierto
grado de libertad garantiza la libertad esencial.
Recaudador de impuestos.
Marinus van Reymerswaele (1540).
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En
cuanto a las formas tan a menudo injustas, equivocadas y corruptas en que se
emplean esos impuestos, somos nosotros, cada uno de nosotros, los que tenemos
la responsabilidad final del Gobierno que ejercita el poder, con independencia
de a quién hayamos votado; se ha dicho con razón que un país tiene el Gobierno
que se merece; es decir, el Gobierno es un reflejo de las actitudes dominantes
de las vidas de sus ciudadanos individuales. Sea quien sea el partido por el que
votemos, si en nuestra vida personal no nos adherimos a la honradez y a los
valores que incluyen el sentimiento del verdadero intercambio en todas nuestras
ganancias y pagos, incluyendo el pago de impuestos, estamos entonces
consintiendo realmente a la codicia, al odio y a la búsqueda del poder, que
producen fenómenos como el militarismo y la corrupción de los grupos de
presión. Es inútil luchar contra estas cosas si uno las está practicando todo
el tiempo bajo la cobertura de la indignación puritana, y la última forma de
pararlas es negar la responsabilidad de cualquier ser humano por todos sus
semejantes.
Si
una persona cree que el Gobierno ha traicionado la confianza del pueblo, en
democracia tiene muchos medios de luchas. Si alguien está convencido de que
sólo sirve la rebelión, dejemos que se niegue a cualquier pago de dinero y vaya
a prisión o que abandone el país.
Nuestros
tratos con entidades impersonales como el Estado o las empresas, las
instituciones y el comercio pueden proporcionarnos una luz para buscar en
muchas de las sombras que se hallan dentro de nosotros sin darnos cuenta;
pensemos, por ejemplo, en los gastos de representación, una forma fácil y
segura de defraudar, más segura inclusa que los intercambios medio
inconscientes de dinero con los propios padres, la esposa, el marido o los
hijos. El Estado y la empresa no son puras abstracciones; detrás hay personas
individuales, por mucho que nos cueste imaginarlo. Si perdemos la pista de la
belleza limpia del intercambio en nuestras actitudes hacia estas
colectividades, podemos tener la seguridad de que hay algo que no funciona en
nuestras relaciones, en los intercambios más íntimos y apreciados de nuestra
vida.
Stairway
to Heaven. Mary
Sedici (2010)
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“La
riqueza del yo es la salud del yo que se intercambia”, dice el arzobispo en el
poema de Williams. La palabra “salud” [health] deriva de la misma raíz que
totalidad [wholeness]. Sólo esta toma conciencia puede salvarnos de perseguir
la seguridad, las posesiones y, finalmente, el poder por medio del dinero como
un fin en sí mismo. “Cuando los medios son autónomos, son mortales.”
Cuando
soñamos con dinero, suele ser claramente un símbolo de la energía psíquica.
Podemos aprender mucho de esos sueños sobre el dinero, que nos dicen, por ejemplo,
cómo gastamos nuestra energía interna, cómo la acumulamos, la negociamos, la
robamos de los demás o ganamos y pagamos dentro de una libertad de intercambio.
Giving
a Present to Mother. Anton
Ebert (1877)
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Sin
embargo, existe otro nivel sobe el que cualquier dador o receptor libre está
ganando y pagando con más precisión y exactitud. Es el nivel del que Cristo
hablaba cuando decía: “No debáis a nadie nada, pero amaos los unos a los
otros.” En nuestras transacciones monetarias, simbólicamente incurrimos en esta
deuda universal y la pagamos con tan sólo atrevernos a ser consciente de ella.
Cuando somos así conscientes, no damos instintivamente ni poco ni demasiado.
Sin duda podríamos resumir este asunto diciendo que cuando en cada intercambio de dinero ganamos y pagamos al mismo tiempo, pagamos y ganamos, nuestras ganancias o pagos se
convierten en una donación y en una acción libre por las que el dinero entra
otra vez en el templo y los dragones
están en paz con la cabeza del rey en el oro puro del corazón humano.
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[1] La autora se refiere a la
palabra share que, como verbo,
significa compartir, y, como sustantivo, puede referirse, entre otros múltiples
significados, a “acciones de Bolsa”, “cotizaciones” o “cuotas de mercado”.
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